Freestyle: Mucho Más que Rimas, una Herramienta de Cambio Social

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Freestyle: Mucho Más que Rimas, una Herramienta de Cambio Social

La primera vez que escuché una batalla de freestyle fue en una plaza cualquiera. Dos jóvenes, rodeados de gente, se desafiaban con palabras que hablaban de desigualdad, racismo, política y de sus barrios. No se trataba solo de quién rimaba mejor, sino de quién lograba conectar con una verdad que todos conocíamos, pero pocos decíamos en voz alta. Desde entonces, entendí que el freestyle no era solo una forma de arte urbano, sino una forma de resistencia.

EL freestyle, tal como lo conocemos hoy nace de las raíces del hip hop en los años 80 en Estados Unidos. Es la improvisación de rimas al ritmo de un beat, sin guion ni letra escrita. Solo se necesita una voz, creatividad y vivencias. Esa accesibilidad es precisamente lo que ha convertido al freestyle en una herramienta poderosa, especialmente en contextos vulnerables.

La primer batalla Freestyle:
La llamada primer batalla freestyle
Kool Moe Dee (izquierda) vs Busy Bee (derecha)

Hoy en día, miles de jóvenes en América Latina, España y otras partes del mundo se reúnen en plazas, parques o escenarios para improvisar sobre los temas que viven día a día. Las batallas se convierten en espacios donde se puede hablar —sin censura— sobre pobreza, violencia, discriminación, salud mental, identidad o política. Por eso, muchos lo consideran una especie de “radiografía oral” de la realidad.

Un claro ejemplo del crecimiento y alcance de este movimiento es Red Bull Batalla, el torneo de freestyle más grande del mundo en habla hispana. Según la página oficial de Red Bull Batalla, en su edición 2023 se recibieron más de 10.000 postulaciones de participantes solo en Latinoamérica, una cifra que refleja el alcance masivo de esta plataforma en jóvenes de la región.

Por su parte, plataformas como Urban Roosters, responsables de la liga profesional FMS (Freestyle Master Series), han consolidado un modelo competitivo que trasciende fronteras. Según el diario deportivo AS, sus eventos más populares —como el enfrentamiento entre Chuty y Aczino— han superado los 50 millones de visualizaciones en YouTube, lo que demuestra la potencia cultural y mediática del freestyle en la actualidad.

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Pero más allá del espectáculo, el freestyle está teniendo un impacto concreto en la vida de muchos jóvenes. En países como Argentina, México, Perú y España, se han creado talleres de freestyle en escuelas, centros comunitarios e incluso cárceles. Estos espacios permiten a los jóvenes desarrollar habilidades como el pensamiento crítico, la argumentación, la autoestima y la empatía, a través de la palabra hablada y la improvisación.

De hecho, según un informe de la Agencia San Luis de Argentina, existen más de 200 proyectos sociales en América Latina que utilizan el freestyle como herramienta pedagógica y de inclusión, con apoyo de gobiernos locales y organizaciones civiles. Estos proyectos están enfocados en prevenir la violencia, fomentar la permanencia escolar y reducir el consumo de drogas en comunidades vulnerables.

Este impacto también es evidente desde las voces que vienen del mismo movimiento. El reconocido freestyler mexicano Jony Beltrán, finalista internacional y uno de los referentes del freestyle hispano, explicó en una entrevista publicada en YouTube que:

“El freestyle me dio algo que el sistema no me daba: voz. No me escuchaban en la escuela, no me escuchaban en casa. Pero en una plaza con micrófono, sí.”

La transformación no es solo individual, también es comunitaria. Lo interesante del freestyle es que no requiere una infraestructura costosa ni formal. Basta con un micrófono, un altavoz y un espacio donde se pueda improvisar sin miedo. A partir de ahí, se crean comunidades, se forjan liderazgos y se abren caminos de expresión que antes estaban cerrados.

El freestyle no necesita permisos para existir. No necesita currículos ni salones. Se adapta a donde esté la gente. Por eso, está ayudando a construir puentes donde antes había muros. Porque en un mundo cada vez más desigual, este arte urbano le da protagonismo a las historias que normalmente se quedan en silencio.

En lugar de imponer respuestas, el freestyle plantea preguntas. ¿Por qué vivimos lo que vivimos? ¿Qué hace que se repitan los mismos errores? ¿Por qué no podemos expresarnos sin miedo? Y esas preguntas, lanzadas con flow y ritmo, pueden ser el inicio de un verdadero cambio.